Todavía en el cascarón
El alma, en el interior
del cuerpo humano, es semejante a un polluelo oculto en el cascarón de un huevo.
Si por cualquier medio ese animalito apenas en formación
se enterara de que en el exterior de ese cascarón se halla un vasto mundo lleno de luz, flores, praderas, ríos y colinas,
si se le dijera que todo es magnífico, que sus padres viven en ese mundo y que él mismo formará parte de él apenas salga de
su prisión,
no entendería nada y no lo creería. Si usted pudiera explicarle que un día verá todo esto con sus pequeños ojos y que
volará con sus alas todavía imperfectas, tampoco lo creería; ninguna prueba lo convencería.
Igualmente, muchas personas no creen en la vida futura ni en la existencia de Dios, porque no las pueden ver mientras están
en su terrenal envoltura. Su imaginación, semejante a débiles alas, las hace incapaces de volar más allá de los límites
de su razón; con sus ojos físicos no pueden ver las cosas eternas e incorruptibles que Dios preparó para los que lo aman.
El hombre, criatura de cortos alcances, necesita la fe para elevarse hacia los misterios del Dios infinito. La limitada
inteligencia del ser humano no puede penetrar en las profundidades de los secretos divinos con los débiles datos que posee.
“He aquí, Dios es grande, y nosotros
no le conocemos, ni se puede seguir la huella de sus años. Él atrae las gotas de las aguas, al transformarse el vapor
en lluvia, la cual destilan las nubes, goteando en abundancia sobre los hombres” (Job 36:26-28).
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre,
son
las que Dios ha preparado para los que le aman.
1 Corintios 2:9.